El tacto es uno de los cinco sentidos básicos de los seres humanos, junto al gusto, el olfato, la visión y la audición, gracias al cual podemos percibir sensaciones de contacto, temperatura y presión.
La mayoría de las veces no somos conscientes de que se trata del más importante de todos los sentidos, sin el cual, no somos capaces de relacionarnos con el entorno. La información que obtenemos a través de este sentido es de incalculable valor.
El tacto radica principalmente en la piel, el órgano más extenso del cuerpo humano y el que cuenta con numerosos receptores nerviosos para transformar los estímulos externos en información susceptible de ser analizada e interpretada por el cerebro.
¿Y dónde radica principalmente el sentido del tacto en un túnel? Pues en la calzada, su piel, la cual recibe estímulos externos de los usuarios al circular por ella, a través de unos receptores/sensores llamados espiras.
Las espiras, también denominadas lazos inductivos, consisten en un cable enrollado bajo el pavimento de la calzada, por el cual hacemos circular una corriente, generando un campo electromagnético alrededor del lazo.
Con estos datos, se permite un control exhaustivo sobre el estado y las características del tráfico en tiempo real. Podemos decir que obtenemos diferentes datos sobre los túneles de la M-30 y la circulación en ellos, gracias al sentido del tacto de estos.